Lo que yo te diga

23 10 2013
 
Agazapada entre matojos, la yogurtera avanza sigilosamente, casi reptando, inadvertida para los hipsters de manual. Rebusca entre los escombros de la actualidad, plagada de politiqueo y retornos mediáticos de Belenes Estébanes (ni que fuera la única que se rehabilita), rebusca, decía, alguna cosita graciosa, de interés, apañada que ofrecerle a sus fans y fanas mundiales. ¿Que hay un club de lectura? La yogurtera se lee lo que le echen. ¿Que vienen Los Mojinos Escocíos a las fiestas del pueblo? La yogurtera se planta en primera fila y se bebe el agua de los floreros. Por integrarse en dinámicas de grupo, que no quede. ¿Que hay un festival de cine en Sitges? Pues la yogurtera va y se cuela si hace falta en las sesiones para las que ni siquiera ha conseguido entrada (esto, como todo lo demás, también es verídico).  
 
La yogurtera vuelve, no sabemos si mañana o pasado, para decir lo que le salga del toto. Estamos arrancando las baldosas de la cocina para cambiarlas por silestone. Los fogones de la abuela darán paso a una vitrocerámica con más leds que un concierto de Daft Punk (tanta metáfora para dar a entender que nos tenemos que cambiar el micro), y entre toda esta puesta al día, la yogurtera, impertérrita, ha estado esperando con los ojos cerrados pero las orejas bien abiertas, cual abuela que siestea con la tele puesta, el momento ideal para su renacer apoteósico.
 
Tener una yogurtera es lo más grande. Un microondas de mierda lo tiene cualquiera y por muy anticuado que esté nunca tendrá el aire vintage que rezuma una yogurtera por todas sus muescas. Las yogurteras nacen uniendo lo viejo y lo nuevo. Lo clásico y lo moderno. Cortinas de cuadro vichy en un loft de Manhattan. La duquesa de Alba en un concierto de Bjork. Porque nuestra yogurtera, además de voladora, vale lo mismo para un roto que para un descosío.
 
Seguiremos informando.